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Acabar con la democracia participativa

Pour en finir avec la démocratie participative, Manon Loisel et Nicolas Rio, Ed. Textuel, 2024

Acabar con la democracia participativa es un título provocador, su contenido sin embargo es un soplo de aire fresco que nos ha entusiasmado. 

El libro, todavía sin traducir a otros idiomas, está escrito por dos personas que asesoran instituciones locales en Francia (también profesores en Sciences Po Paris), y que conocen muy bien sus diferentes capas y niveles de complejidad, incluyendo las diferentes figuras (con más o menos poder) de las personas electas, y la administración pública, figura central a menudo invisibilizada.

Hacen el siguiente diagnóstico: como medio para paliar la crisis de legitimidad de las instituciones políticas (abstención, falta de confianza, manifestaciones violentas, etc.), se han multiplicado los dispositivos participativos en los márgenes del sistema político. Sin embargo, más que un problema de expresión de la ciudadanía, las democracias tienen, según los autores, un problema de escucha por parte de la institución. Las recomendaciones que se generan desde los dispositivos participativos suelen tener un recorrido limitado. Existen valiosos organismos públicos destinados a la escucha, como el Defensor del Pueblo (Ararteko en Euskadi), pero su acción es acotada. 

Por otro lado, defienden la idea que cualquier dispositivo de participación ciudadana debería de estar principalmente enfocado a la escucha de los “inaudibles”. Es a dónde se intenta llegar en los mini-públicos deliberativos mediante el sorteo cívico, pero con mecanismos que a veces no ayudan la integración de las personas menos educadas, obligándoles a adoptar un lenguaje institucional, o a trabajar con otros perfiles con los que están en situación de desigualdad.

En vez de crear dispositivos en la periferia del sistema, como pasa ahora, los autores abogan por transformar su corazón, introduciendo en particular la deliberación en un sistema político en el cual está ahora mismo prácticamente inexistente – la deliberación entendida como un mecanismo para mostrar y dar a conocer, de forma organizada y transparente, las controversias existentes y las diferentes formas de resolverlas, antes de tomar una decisión.

También inciden en dar un lugar a los “inaudibles” en las propias asambleas legislativas de dos maneras. De la misma manera que una deliberación informada exige la presencia de personas expertas que exponen los diferentes puntos de vista sobre una cuestión, invitando sistemáticamente, y cuidando también la diversidad de puntos de vista, a personas “inaudibles” a aportar testimonios en primera persona. Igualmente, cuidado la inclusión de la sociedad civil organizada en su diversidad como proveedora de conocimiento. 

El texto es muy rico y propone múltiples pistas. La más atrevida tiene que ver con la propuesta de incluir a personas elegidas mediante un sorteo cívico en las asambleas legislativas existentes en todos los niveles territoriales, en proporción al nivel de abstención en las elecciones que las conforman. Si por ejemplo la abstención en una elecciones es del 50 %, el 50 % de la asamblea estará compuesto por personas electas mediante el sistema electoral tradicional, y el 50 % por ciudadanos seleccionados por sorteo, con perfiles que complementen los de las personas electas. Introducir a personas sorteadas en una asamblea legislativa (Pleno de un Ayuntamiento, Parlamento de una Comunidad autónoma, Congreso de los Diputados), obliga a activar procesos deliberativos para tomar decisiones ya que esas personas no llegan con un programa electoral pre-definido. Se tienen que informar, entender las diferentes opciones y deliberar con sus compañeros/as antes de tomar una decisión. 

Esta última propuesta es ahora mismo una utopía, pero la vemos factible. Existen ya en Bélgica mini-públicos mixtos (“deliberative committees”, con 25% de responsables políticos y 75% de ciudadanos sorteados), que dan buenos resultados, con recomendaciones más integradas al ciclo político y políticos que enriquecen las propuestas a la vez que entienden mejor, y por lo tanto escuchan mejor, a los inputs ciudadanos. 

Como dicen Manon Loisel y Nicolas Rio, es el momento de probar la capacidad de nuestra democracia de emanciparse de su fantasma aristocrático. Y de volver a hablar de Democracia a secas, sin necesidad de asignarle adjetivos como “participativa”, “deliberativa” o “abierta”.

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